LAS SEÑORAS Y LOS COLECTIVOS

Me ponen como loca las señoras cuarentonas o cincuentonas que cuando se suben a un colectivo lleno fruncen el ceño de un ojo con mirada acusadora y se empiezan a mover sudorosamente para captar el asiento que se merecen. Este tipo de mujeres están convencidas de que se les debe un asiento. Y si ningún ingrato cumple con su obligación moral, saben cómo conseguirlo.

Primero sacan a relucir sus pocas dotes de actriz de barrio y tratan de conmover a alguien que este sentado en los primeros asientos. Si no tienen éxito, no se dan por vencidas porque saben que van a tener que desplazarse lo más rápido y agilmente posible para arrebatarle ese preciado lugar que está frente a un contrincante.
Siempre andan con bolsas de supermercado o la clásica de plástico para el almacén ( déjenme decirle que estas últimas son las peores); y zapatos con taquitos de hasta 4 centímetros. Son hábiles jugadoras y saben que pueden apelar a la consideración por el peso de las bolsas y que si llevan tacos más altos alguno puede pensar “si puede usar tacos, puede viajar parada”, como pienso yo.
Tienen un scanner y un catálogo actualizado de cada tipo de asiento-ocupante. Sabe cuáles son los lugares que se desocupan primero. Conoce a los que viajan siempre en la misma línea y se bajan en el mismo lugar. Y si su atención sufre un desliz, no se lo perdonan. También reconoce a los culpógenos, aquellos que no saben si esa desafiante señora que tienen en frente cae dentro de la categoría de las que se ignoran o de las que son señoras mayores y deben viajar sentadas, y por temor a sentirse llamados por la conciencia, ceden el trono.
Por las dudas de que nada de esto resulte, han perdido la vergüenza y el pudor en el primer colectivo que se tomaron en el último cambio de década. No les importará parecer desesperadas y empujar a la persona que estaba parada justo en frente de “ese” asiento que acaba de quedar vacío. No tienen habilidades de danza para una pista de baile, pero se deslizan rítmicamente sobre el pasillo del colectivo con una seguridad implacable. Me dan ganas de decirle “Señora, este el sexto colectivo que me tomo en el día y también me quiero sentar”.
Vieron Mrs Robinson cuando eran adolescentes y jamás se imaginaron que llegarían a la cuarta década sin Dustin Hoffman y con esa talla de pantalón. Pero las cuarentonas que necesitan sentarse en el colectivo no se parecen en nada a las cuarentonas de Hollywood. No tienen ni un piquete de alfiler en común con Demi Moore, con Michelle Pfeifer o Madonna. Por eso viajan resentidas, y porque son demasiado jóvenes para ser viejas y demasiado viejas para viajar paradas. Añoran otras épocas y están seguras de que con miles invertidos en cirugía también se verían como una estrella de cine.
Yo me pregunto ¿será posible estar tan cansado a los 40? ¿Será que yo también me voy a convertir en una cuarentona culona con ganas de sentarme en el colectivo?
No lo sé. Por ahora las miro y las odio. No puedo viajar tranquila. Me ponen como loca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo calculo que al paso que voy llego a los 30 asi!!! jajaja

Muy buena editorial GORDA!!!

Anónimo dijo...

como en el mundo animal aqui tambien ay depredadores y esos son los arrimadores que pasan y se repegan en los grandes,jugosos,carnosos y hermosos traseros de estas señoras mmm que rico no hay nada como un buen culo en colectivo mas cuando estan bien buenas y nalgonas y no dicen nda aun cuando casi te vienes en su culote mmm